Con el aire frío del otoño, resulta extraordinario el contraste de rayos del sol de mediodía dando vida a las flores anaranjadas y amarillas que forman tapetes entre la pirámide de Cholula y el volcán Popocatépetl.
Decenas de mariposas se pasean entre los campos de cempasúchil, que brotan durante temporada de muertos en la tierra prehispánica que pisaron los teotihuacanos y, luego, los conquistadores españoles.
El paseo por los campos amarillos y la vista desde la iglesia de Los Remedios es parte de la cultura de Puebla, es tan sólo uno de los rituales en Cholula, ciudad sagrada que tiene tantas iglesias como días del año, según cuentan los mitos.
Son insuficientes las imágenes para aspirar el aroma místico que expiden miles de flores; también es poco lo que se ve desde un ángulo, cuando parado en medio de estos mares amarillos se contempla el paso de siglos con la pirámide, las nuevas costumbres, el trabajo artesanal, los campesinos recolectando vida.
Luego de un paseo por las alfombras naturales, uno de los campesinos, Armando Toxqui, relata que otros meses del año, los campos de cempasúchil tienen nubes blancas, calabacitas, cilantro y pasto, pero desde agosto las semillas se convierten en el boceto de la pieza de arte que se disfruta con los atardeceres ya en octubre y noviembre.
Se camina entre las flores, se miran con tranquilidad y el tiempo alcanza para contar sus decenas de hojas. Los habitantes del lugar acuden a los sembradíos para comprar estas flores “de primera mano”, llevarlas a sus ofrendas y a las tumbas de los seres que ya no viven en cuerpo pero llegan en alma el 1 de noviembre para irse al día siguiente.
La tradición cierra nada menos que el ciclo agrícola prehispánico, en el que se ofrecía la cosecha a los Dioses para agradecer por las bondades que la madre tierra daba.
En Cholula, aún se enraíza la tradición. Se pisan escenarios donde la muerte se llora, pero se honra, se respeta y se toma como un reencuentro con otras formas de vida.
La ciudad más antigua de América veneraba desde tiempos inmemorables a Mictlantecutli (el Dios de los muertos); era un centro ceremonial. Allí se han encontrado ofrendas dedicadas a esta deidad con alimentos, vasijas y otros utensilios que servirían para disfrutar “el viaje”, que no la muerte.
Después de la conquista de los españoles, dice el cronista de esta ciudad sagrada, Alfredo Torres, aún quedó la tradición de la ofrenda, el cempasúchil, el incienso, la espiritualidad del regreso de los ancestros.
Las flores “de cien hojas” se cultivaban desde la época prehispánica con fines medicinales, sobre todo se apreciaban en el ornamento de palacios y jardines de autoridades. Se colocaban en alfombras para Mictlantecutli. Tenían un significado especial tanto como el xoloescuintle, un perro que –según la creencia- guiaba a los muertos por los ríos y los regresaba.
Terminando de capturar cientos de imágenes del cempasúchil, y de recolectar historias míticas entre los habitantes, el ascenso a la pirámide se vuelve algo esencial para apreciar los cuadros naranjas desde las alturas.
Si se voltea la mirada, impone la frontera natural con el Popocatépetl, el Iztaccíhuatl, La Malinche y el Pico de Orizaba; se miran los edificios de Puebla capital y San Andrés Cholula, e innumerables campanarios que en cualquier momento anunciarán misas.
Desde el templo de Los Remedios, en la punta de la pirámide, se ven atardeceres. Al panorama se agregan cometas, voladores de Papantla y rituales prehispánicos, todo esto en la plaza contigua.
Antes de que el último hálito de viento diurno se vaya, los visitantes pueden recorrer las calles, las ofrendas, documentarse con las tradiciones y el significado de ellas, comprender por qué Cholula es una ciudad sagrada.