Madres temen que los niños y jóvenes protagonicen el crimen
Por: Verónica de la Luz
Jugar a la “casita” tiene un aderezo importante que no tenía hace algunos años: la violencia que ven los niños en sus hogares, la violencia que los separa y a la vez los une, sí, los une a las filas del narcomedudeo, de la prostitución, de lo que muchos llaman una “mala vida”.
A falta de estadísticas oficiales, para la Red por los Derechos de la Infancia (Redim) fue complicado decir que 30 mil niños y adolescentes cruzaron la zona de peligro del crimen organizado. Para las madres es aun más difícil aceptar que los familiares, vecinos o conocidos están cada vez más propensos a caer en esas redes por el hartazgo de la pobreza, del abuso o del miedo que provoca la violencia intrafamiliar.
Tamara, a quien llamaremos así por la petición del anonimato, es una jovencita que apenas alcanza la mayoría de edad. Se ha salvado de caer en redes peligrosas, como ella las llama, pues desde que tiene memoria su padre maltrató e insultó a su madre.
“No quisiera recordarlo más” dice con la voz quebrantada “yo era muy chica y él llegaba siempre borracho. Siempre decía que la iba a matar. Lo vi amenazarla muchas veces con un garrafón de vidrio. Ahora sé que Dios nos acompañaba”.
La madre huía despavorida en la madrugada con su pequeña de 5 o 6 años, pedía un milagro para que alguien saliera de entre las calles oscuras y vacías a decirle que todo estaría bien.
Esa misma escena era como un deja vú para Tamara hasta sus 14 años, cuando su padre huyó después de la última golpiza que recibió su madre y que casi la arranca de su lado.
La chica que hoy se emplea en una zapatería por 500 pesos a la semana dice haberla “librado”, pues pese a no tener estudios no se dedica a “vender mota como algunos de mi edad”.
Como Tamara, jóvenes de comunidades pobres, sin acceso a la educación, a un empleo, cercanos a drogas y armas pueden ser cooptados primero por las redes criminales locales “pandillas”, después por las asociaciones delictivas que operan a nivel internacional involucradas con tráfico de droga, trata de personas, secuestro, extorsión, contrabando o piratería.
Los menores y jóvenes no se limitan en delinquir en las calles o distribuir dosis de droga en las escuelas, se sabe que unos 35 mil son operadores de la Mara Salvatrucha y los Zetas, mientras que el cartel de Sinaloa tiene a ocho mil a su servicio.
De 2007 a 2010, los operativos militares contra la delincuencia organizada libraron a Puebla de detenciones a menores de edad, empero los reportes de la Secretaría de Defensa Nacional si muestran que las hubo en estados vecinos como Veracruz, Guerrero y Morelos, con 131 detenciones por las tres entidades.
Más que estadísticas, Leticia Reyes tiene la experiencia de una madre de familia que sostiene su hogar para saber que la violencia intrafamiliar influye en la educación de los hijos, en sus emociones.
La habitante de Zacatlán dice “conozco tres casos de jóvenes de secundaria y preparatoria que se refugiaron en la mala vida”; dubitativa, agrega “también sé de chiquitos, igual de kínder que la padecen”.
Aclara que no minimiza el papel de las autoridades en la prevención del delito, y entonces responsabiliza a los padres por dar a sus hijos una vida indigna, pues “nosotros debemos cuidar de nuestros hijos, primero siendo un ejemplo para ellos. Para que las familias no se desintegren no existe prácticamente ninguna ayuda más que la de Dios”.
Maricela Sánchez, otra madre de familia, se entera de la violencia de sus conocidos por las actitudes de los niños que juegan en su calle. A veces jugando a la casita o a la mamá y el papá –cuenta- representan en sus juegos los golpes o quemaduras que reciben sus madres o padres, con lo que se comprueba que son afectados no sólo psicológicamente.
La educación y el amor a los hijos son barreras suficientes para que no se alejen de sus casas, dice.
Matilde Alcántara de la región de Serdán y Cecilia Sandoval de Tepexi de Rodríguez reconocen que la violencia es asunto vigente en las familias sobre todo porque los hombres están acostumbrados a beber alcohol, eso los transforma.
Tampoco hay empleo y eso significa que las madres tengan que emplearse más horas al día, dejan a sus pequeños quizá viendo el televisor que a diario expone los resultados de la “guerra contra el narco”.
A decir del Informe Alternativo sobre el Protocolo Facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño Relativo a la Participación de Niños en los Conflictos Armados de la Redim, las ligas del narco y los menores son la pobreza, exclusión social, malos tratos, ambición de poseer bienes de consumo, dinero fácil, acceder a un estatus social elevado, buscar identidad, reconocimiento, protección y el deseo de la venganza.
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