La era digital robó mercado, dice afectado
Verónica de la Luz
Ya son 72 años viendo pasar a la gente, atestiguando cómo caen y renuevan hojas de los árboles, viendo cambios en las calles, nuevas rutas de autobuses, otros modelos de autos, nuevos gobiernos, manifestaciones, modas, generaciones distintas; transcurren los años pero él sigue ahí como la primera vez, esperando con sus caballos de madera, con su cámara y su sensibilidad.
¿Por qué?, no importa. Lo que en verdad cuenta es que un día él decidió frenar el tiempo en un papel para atrapar la sonrisa de los niños, la picardía de una pareja y el humor de una familia.
Es el señor Marcos Torres Miguel, fotógrafo del aquél lugar con magia e historia, pero también con desesperanza de oficios que agonizan como el suyo, el Paseo Nicolás Bravo. Las cámaras digitales o de los celulares ganan terreno a su cámara “5 minutos” que él mismo fabricó.
Lleva mucho tiempo en el oficio pero ya no es negocio, lo era en la década de los cuarentas, cuando las nanas llevaban a pasear a los niños y ahí se encontraban con sus pretendientes. Todo evoluciona a su alrededor menos sus ganancias que en un “buen día” son de 30 pesos; normalmente son cero pesos.
Está preocupado porque las autoridades ya no le dan su despensa. A falta de teléfono en su hogar o de un móvil para contactarlo, no alcanzó el apoyo de 500 pesos que ahora da el gobierno estatal.
Los alimentos mensuales que tenía eran el sustento, pues la fotografía dejó de serlo hace algunos años.
Inició a tomar fotos a los 16 años de edad, cuando la explanada del Paseo Bravo era de tierra. Vio cómo se convirtió en zoológico, cómo después de años le echaron chapopote y la hicieron pavimento.
Recuerda con claridad y un dejo de nostalgia, que al principio eran 17 fotógrafos que con sus caballos atraían a los niños; aunque después llegaron los “instantanieros” (fotógrafos con cámaras instantáneas), los domingos había clientela para todos, eran los mejores días. Ahora quedan sólo cinco que por lo escaso de la clientela van esporádicamente.
Uno de los pasajes que más recuerda don Marcos es que hace 10 años llegó un suizo al Paseo. Sorprendido por su cámara “5 minutos” le pidió permiso para sacar unas fotografías y llevar su historia hasta Europa como parte de una revista (de la que no recuerda el nombre).
En agradecimiento, el suizo le regaló cinco barras de chocolate de su país y algunos cientos de pesos. Quedó de enviarle un ejemplar de la revista pero a falta de teléfono para confirmar la llegada, don Marcos jamás supo si se la enviaron.
Su jornada de trabajo inicia a las 8 horas y concluye a las 16 horas, es de todos los días aunque a veces llega un poco tarde porque visita a las escuelas con la esperanza de que los niños quieran una foto con su par de compañeros: un poni café y un caballo del color de la miel.
“La foto normal cuesta 10 pesos, además hago óvalos, infantiles y familiares más económicas que las de los estudios”, dice promoviendo su negocio, “cuesta 35 la media docena y están casi al momento”.
Para apoyar su casi infructuoso oficio, vende conejos blancos a 30 pesos.
El señor Torres Miguel quiere que la gente regrese a “fotografiarse” al Paseo Bravo. Con sus 88 años a cuestas, su pelo cano y una sonrisa a sus conocidos que lo saludan durante la entrevista, dice a los lectores:
“Que la gente no crea que ya no estamos. Que la gente sepa que existimos aquí en el Paseo Bravo y que sí hacemos ovalitos, infantiles. Que la gente sepa que seguimos haciendo fotos y que son más económicas y de calidad” (sic)
Finalmente confiesa que se cansa mucho de caminar, que sus fuerzas ya no son las de antes. Pide a las autoridades estatales que lo contacten porque se quedó esperando los 500 pesos del apoyo “no a la tercera sino a la cuarta edad”.
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